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  • Foto del escritorElisa Valenzuela

El día que renuncié a las dietas

Actualizado: 30 jun 2023




La experiencia que he tenido en esta vida con este cuerpo, ha sido un viaje difícil y triste, por decir lo menos. Escribiendo estas palabras incluso quisiera volver el tiempo atrás al momento en el que comencé a rechazar mi cuerpo, para decirme a mi misma que así soy perfecta y evitar la catástrofe que se venía después, pero sé también que este es el lugar en el que debo estar y este es el viaje que debía recorrer para llegar a este día en el que comparto contigo mi experiencia, esperando que haya ahí afuera alguna adolescente dudosa de su belleza o una ama de casa que odia sus lonjas o un joven que no se siente merecedor de amor porque no tiene six pack, que me lean y encuentren mi testimonio como una pequeña lucecita que les haga iniciar su propia búsqueda de amor propio o aunque sea de aceptación.


¿Por qué digo que ha sido un viaje difícil y triste? Porque ha estado acompañado de múltiples luchas por ser distinta a lo esperado, por inseguridades y temores de no merecer ser amada por mi peso , por pánico a moverme y hacer deportes porque no me consideraba adecuada o porque la única razón que existía era para “estar en forma” , “modificar mi cuerpo” , “estar sana” : todos mensajes que me recordaban que no era como debería ser o que mi vida no era la que debería tener.


Veo fotos de mi adolescencia, cuando me sentía una ballena horrible y poco digna de amor y me sorprendo al no encontrar si quiera kilos de más. El viaje de quince años de mi mejor amiga, estuvo marcado por el trauma de lo mal que me veía en traje de baño y lo fea que era a comparación de mis amigas (ahora que veo las fotos no encuentro nada de eso que sentía).



No tengo el recuerdo del momento en que la imagen del espejo que yo veía, simplemente como el de una niña normal se convirtió en el de una “niña gordita”, pero sí recuerdo que desde ya edad temprana, unos 8 o 9 años, recibía comentarios de mi familia acerca de mi “talla”, incluso mi pediatra comenzaba a decirle a mi mamá que tenía que vigilar mi peso.



Muchas veces lo que el mundo me decía , no coincidía con lo que yo veía , recuerdo que hubo tiempos en lo que podía ver a una niña o una adolescente normal , con un cuerpo lindo. Pero poco a poco, esas voces de fuera , se comenzaron a volver mías, hasta que llegó un día en el que me creí por completo que para ser feliz, tenía que habitar en un cuerpo distinto al mío , porque al parecer el mío no era bien visto.

Comencé a escuchar a mi papá repetirme incansablemente : “si no haces ejercicio y cuidas lo que comes, vas a acabar gorda como yo, hay muchos gordos en la familia” , “yo antes hacía muchísimo ejercicio y tenía un cuerpazo y mírame ahora, a los 30 empecé a engordar”.



La familia de mi papá jugó sin duda un papel importante en este tema de la imagen corporal, él mismo era víctima de la gordofobia de su papá, parientes y hermanos , cada vez que íbamos de visita a Nicaragua a ver a la familia, los primero comentarios tenían que ser sobre si habíamos ganado o perdido peso, claro siempre con una felicitación si es que los números de la báscula restaban.


Cada que se acercaba un verano yo me sentía presionada a hacer dieta, para llegar “más delgada” a Nicaragua y si no lograba mi objetivo me esperaba un viaje incómodo teniendo que escuchar comentarios no solicitados acerca de mi peso.


Mi mamá por otro lado, siempre tuvo una lucha similar, siendo “la gorda” (jamás fue gorda) de la familia. Su preocupación por el peso y por la comida siempre estuvieron presentes en ella y luego proyectados en mí. Todavía hasta hace poco cuando le decía que no tenia hambre su respuesta era: “que bueno, así no engordas”, estaba acostumbrada a escuchar cosas como: “si adelgazas te compro un guardarropa nuevo o te doy un premio”. Crecí con una relación con la comida en la que aprendí de mis papás a comer bien y mucho, pero también a sentirse mal por comer, parecía que el placer por la comida iba acompañado de culpa o vergüenza.


Entiendo que vivimos sumergidos en una cultura gordofóbica, donde parece que se nos ha permitido el opinar sobre el cuerpo de otros en nombre de la salud y que esta necesidad por tener el cuerpo perfecto viene de la industria de las dietas que con tal de vender te van a decir que todos podemos obtener el mismo tipo de cuerpo, si hacemos tal entrenamiento , ejercicio, si tomamos esa pastilla o si pagamos por aquella dieta , prometiéndonos la felicidad al final de arcoíris en forma de aceptación y éxito. Todos hemos sido víctimas de esta cultura y la mayoría de las veces esta búsqueda por adelgazar o modificar nuestro cuerpo (o el de otros) viene desde un lugar de buenas intenciones, pero es momento de decir que ha hecho mucho más mal que bien a nuestra salud física y psicológica.


Volviendo a mi historia, cabe aclarar que hasta ese punto de mi vida, desde mi pubertad y hasta mis adolescencia tardía, nunca fui “gorda” ( en los términos de las escalas de medición que se usan , como el índice de masa corporal) , si acaso entraba en el rango de “sobrepeso” muchas veces con uno o dos kilos sobre lo “normal” o cuando mucho 5 , era lo que cualquiera llamaría “llenita”.

Sin embargo, eso no me libraba de tener que escuchar las opiniones de quien fuera acerca de mi apariencia física.



Comencé a hacer dietas desde chica, recuerdo que la primera dieta que hice fue una que un amigo de mi papá que era “bariatra” le recomendó, esta se la daban a los pacientes cuando se necesitaban someter a una cirugía y tenían que bajar mucho en poco tiempo. Estaba en secundaria. Recuerdo todavía que un día tocaba sólo comer salchichas, con galletas saladas y zanahorias cocidas, otro día era caldo todo el día , etc… en fin una dieta altamente restrictiva, justo en medio de mi proceso de desarrollo y crecimiento ¡y con papás médicos!


No es por juzgarlos, ellos traen cargando sus propias heridas con su imagen corporal, y también ahora entiendo que en el mundo médico existe mucha desinformación acerca de la verdadera correlación del peso con la salud y es de hecho uno de los lugares donde más discriminación y abuso a los pacientes ocurren por la gordofobia disfrazada de “búsqueda de salud”. Pero mi papá siempre supo todo eso, lo recuerdo desde siempre hablando de miles de estudios donde se puede observar la falsa correlación del peso con indicadores de salud, y el hecho de que muchas condiciones que se relacionan casi exclusivamente con el sobre peso o la obesidad , no son exclusivas en realidad de esto, pero no voy a entrar en detalles hoy con toda esa información porque esto va a ser interminable (te recomiendo que si te interesa el tema, busques sobre el enfoque Salud en Todas las Tallas (HAES)).

Creo que en realidad si mi papá permitió que hiciera dietas no fue tanto por el tema de salud, sino porque pensó que si bajaba de peso, me iba a sentir más segura de mí misma (también mi mamá).


En fin, lo que me encontré después de la primera dieta fue un :”wow”, “bravo” , “felicidades” “te ves muy bonita” , “tienes un cuerpazo” … y así amigos, me enganché en ese mundo de perseguir interminablemente un ideal de cuerpo que no era el mío , de desconectarme de mí misma, de rechazar lo que veía día tras día frente al espejo.

Con las dietas comenzaron inevitablemente los rebotes, y con cada dieta el rebote era más grande , así que fui gradualmente subiendo más y más de peso. Sintiéndome culpable por “abandonar la dieta” (que siempre era insostenible) y en el medio comiendo sin parar para compensar de lo que me había privado . Llegó mi relación compulsiva y de amor-odio con la comida.


Mientras más subía de peso, claro, más me rechazaba y más recibía comentarios de fuera tipo: “tal vez los niños no te hacen caso porque estás gordita”, “estás bonita de la cara, si adelgazaras serías perfecta”, “¿comes mucho?”, “¿te vas a comer eso?”, “¿no has intentado ponerte a dieta?” , “deja lo estético, es por tu salud”, y un enorme etcétera.



A veces me llegaba la claridad y mi reflejo en el espejo no era tan duro conmigo, me veía linda y me preguntaba ¿qué estaba haciendo mal? , ¿por qué otros al parecer no podían ver a través de mi pancita y mis cachetes?, ¿por qué no podía tener esa seguridad que veía en las personas “delgadas” y “en forma”? y la respuesta siempre era : porque estás gorda y nadie te va querer hasta que dejes de serlo, y comenzaba de nuevo la espiral.


En resumen pasé desde mi pubertad hasta ya bien avanzados mis 30s creyendo que para amarme y ser digna de ser amada, tenía que modificar mi cuerpo, pero si bien tuve momentos fugaces de “éxito” , nunca logré mantenerlo.



Hoy puedo decir por primera vez que estoy comenzando a liberarme de esa espantosa necesidad de ser alguien más y querer habitar un cuerpo que no es el mío.

No me puse a dieta, ni bajé de peso, renuncié también a pensar si lo aceptaba se iba a ir, me dejé de decir a mi misma que era “peso emocional” y que cuando sanara iba a desaparecer , y me di cuenta que todos esos argumentos seguían estando del mismo lado de : algo tienes que cambiar y si no cambia es porque lo estás haciendo mal.


Lo que te puedo decir que está cambiando en mi es la relación conmigo misma, el cómo veo a mi cuerpo ahora y el cómo me relaciono también con la comida.

No te voy a decir que ya soy experta en el tema y que lo tengo superado, pero sí te puedo asegurar que desde que renuncié oficialmente a hacer dietas y dejé de esperar a ser feliz cuando “me quede el pantalón”, “baje 2 tallas” o “se me quite la lonja” , algo dentro hizo click y comencé a sentirme más libre , más yo.


Para llegar a ese punto, pasé primero por muchas malas experiencias en relación a mi imagen corporal, incluyendo depresiones y rachas de trastornos de la alimentación (bulimia y compulsión por comer), pero lo que fue la cereza en el pastel, fue una relación de pareja hace 3 años, con una persona que me sirvió de espejo para darme cuenta de lo poco que me quería. Recibí de su parte abuso verbal, emocional y psicológico con respecto a mi peso y cuando la relación terminó, estaba sumergida en un pozo profundo del que me costó sudor y lágrimas salir, a punta de voluntad y trabajo interno.


Esa experiencia me hizo darme cuenta de lo poco que me aceptaba y decidí comenzar el viaje de reencuentro conmigo misma y mi amor propio. No ha sido fácil, sigo batallando con quitarme esas viejas creencias de la cabeza, esas voces que me dicen que hay algo que cambiar en mí, que mi cuerpo no está bien como está, pero poco a poco voy logrando cada vez sentirme más cómoda con quien soy.


¿Cómo lo hice?


Hay muchos viajes distintos y diferentes formas de llegar ahí, pero yo te puedo compartir lo que me ha funcionado a mí:


-Revisar mi discurso interno y comenzar a decirme cosas más amables.


- Verme al espejo y ver qué salía, para después decirme que me amo y me acepto tal como soy.


- Observar mis patrones y relación con la comida y de dónde venían mis heridas con respecto al peso, para entenderme y entender por qué me sentía así conmigo misma.

-Cambiar mi relación con la comida a una más amorosa y natural, agradeciendo lo que entra a mi boca con amor y pensando que eso que como me alimenta, nutre, ayuda y contribuye a mi salud, en lugar de pensar que me daña y me pone gorda y enferma.


- Comer de forma más intuitiva, observando lo que mi cuerpo me pide, sin ponerle juicios de si es bueno o malo o si engorda o es sano.


-Sigo trabajando en dejar de ver la palabra “gorda” como sinónimo de “malo”, “indeseable” o “enfermo”, quiero quitar ya de mi cabeza esas etiquetas, porque de ahí puedo ver que vino mi necesidad de cambiar mi cuerpo y el rechazo a ser como soy. Recuerdo una vez que estaba en la universidad y un compañero me estaba buscando y me dijo: “te busqué por todas partes (no sabía mi nombre) les decía que si sabían donde estaba la niña gordita , bonita de ojos verdes” Yo sólo oí “gordita” y mi cabeza lo tradujo como gorda fea asquerosa; ahí fui totalmente consciente creo que por primera vez en la vida de lo poco que quería que mi cuerpo fuera como era. Pasaba incontables ratos en el espejo viéndome y preguntando a quien estuviera conmigo: ¿me veo gorda?, pidiéndole a dios y a todos los santos que me dijeran “no Eli, no te ves gorda”, como si ser gorda fuera la peor condena de la vida. Ahora sé que me veo gorda, porque estoy gorda y eso no significa nada más que habito en un cuerpo más grande. PUNTO.


-Dejar las restricciones a un lado. No significa que me atasco de lo que quiero, de hecho, los atracones terminaron en el momento en que decidí ser más libre con mi alimentación y naturalmente mi cuerpo me comenzó a pedir comida que me hace mejor. A veces necesito azúcar para que mi cerebro funcione bien, a veces brócoli, otras veces cereales, otras me pide carne, a veces me vuelvo casi vegana, otras como postres y papitas… y todo está bien, porque es lo que siento que necesito, no solo a nivel de salud, sino también de disfrute y de compartir con otros el placer de comer juntos y preparar comida, que también es una parte sumamente importante para nuestra salud emocional y mental.


-Observar las veces que comía compulsivamente, cuál era el hueco que quería llenar a nivel emocional ( si es que esa era la razón y no la ansiedad por restricción) y dármelo, por ejemplo: a veces comía de más (me refiero a de más, porque me hacía sentir mal físicamente, muy llena o que me caía mal lo que comía, pero cada quien tiene sus propios parámetros, de acuerdo a lo que tu cuerpo te dice que es comer “de más”, no hay una formula estandarizada) cuando me sentía sola o triste, entonces trato de conectar conmigo , hacer algo que disfrute, darme amor o buscar compañía externa, para llenar ese hueco que aprendí a llenar desde chica con comida y entonces me puedo comer una rebanada de pastel, en lugar del pastel entero. Pero esto es un proceso muy personal y que no esta relacionado con el hecho de decir que está mal comer pastel o que necesariamente cada vez que quieres comer algo es por otra necesidad que no es la comida (porque muchas veces sí es la comida lo que necesitamos o queremos y eso está bien, hay que dejar de satanizar al hambre o a los antojos).


-Dejar de juzgar los alimentos como buenos o malos y dejar de juzgar a los cuerpos como lindos o feos (incluyendo el mío)


-Comencé a seguir cuentas que promueven la positividad corporal y la salud en todas las tallas y también comencé a seguir mujeres y hombres que tienen un cuerpo más cercano a la normalidad o al mío, o que simplemente son “diferentes” de lo que nos dice la cultura que tiene que ser un cuerpo “lindo o fitness”.


- Descubrí el enfoque “Salud en todas las tallas” siguiendo a @raquelobatón y desde entonces me informo sobre los distintos enfoques y estudios que existen sobre el tema. Esto me ha ayudado a entender que la salud no está directamente relacionada con el peso o talla y se me han roto las estructuras de lo que nos dice la cultura de las dietas que significa un cuerpo sano, entonces me he permitido darle la bienvenida a la salud en mi cuerpo, aunque no se vea como todos quieren que se vea.


-Comienzo a mover mi cuerpo por el placer de moverlo y porque me hace sentir bien, no porque “debo adelgazar” o “por salud”. Ese todavía sigue siendo mi coco y me cuesta trabajo ser constante, pero encontré un ejercicio que verdaderamente disfruto y que me ha permitido dejar atrás la idea de que debe ser difícil o retador ejercitarse. Sigo chambeando en soltar también la culpa que pendía siempre sobre mi cabeza “por no hacer ejercicio” y darme permiso de tener pausas cuando la vida está muy agitada y mi energía no da para más que sobrevivir el día a día.


-Me he dado permiso de disfrutar, existir y vivir la vida con este cuerpo que tengo, sin querer que cambie o se reduzca. Sé que suena tonto, pero puede ser que muchos hayan sentido lo mismo que yo, tantas voces internalizadas que nos han dicho toda la vida que no vamos a: _________hasta que estemos delgados, nos llevan a creer que nuestro cuerpo no merece ocupar el espacio que ocupa y al mismo tiempo ser felices y tener todo lo que los cuerpos delgados tienen.


-Cada día me recuerdo que soy hermosa y que mi cuerpo es exactamente como debe ser y debo agradecerle por mantenerme viva, sana, por ser el hermoso vehículo de mi alma y de mi existencia. Que lo que pese o lo que coma, no determinan mi valor personal, aun si lo que comiera fuera chatarra y lo que pesara fueran 120 kilos.


Sigo caminando y descubriendo nuevas formas de amarme y aceptarme, que con gusto te iré compartiendo a medida que las trabaje. Pero hoy quiero dejarte con este mensaje:


No permitas que nadie te diga de qué forma, color o tamaño debe ser tu cuerpo, existen cuerpos de todas tallas, pesos, sabores y colores y eso está bien. Es una mentira que sólo existe una única forma de cuerpo que es la ideal y la indicadora de salud. Eres hermosx tal como eres y no necesitas esperar a cambiar nada de ti para comenzar a sentir que mereces ser feliz o tener amor.


Yo hoy oficialmente renuncio a que alguien de fuera me diga cómo se ve la salud en mi cuerpo y en mi vida, renuncio a que me digan que el tamaño de mi cuerpo reduce mis opciones para ser feliz y completa, renuncio a dejar de disfrutar de la vida o ponerla en pausa hasta que me vea de la forma que otros han esperado que me vea, renuncio a aceptar los discursos de “es por tu bien, es por tu salud” como únicos y verdaderos.


Porque quiero comenzar a vivir mi vida con total aceptación, escuchándome primero a mi y conectando primero con mi sabiduría interior. Esa que me dice que está bien ocupar el espacio que mi cuerpo (gordito, imperfecto, nalgón, aguado, con estrías, celulitis, cachetes y papada) ocupa en este mundo y que eso no significa nada más que eso, que mi cuerpo es grande, aguado y gordito, sin juicios, ni etiquetas.



¿Y tú, qué vas a comenzar a hacer por ti hoy, para dejar de juzgarte y aceptar el tamaño y forma de tu cuerpo?


Me encantaría saber si esto resuena contigo y conocer tu experiencia con la imagen corporal, escríbeme a mi email elisavlifecoach@outlook.es , estaré feliz de saber de ti.

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