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  • Foto del escritorElisa Valenzuela

El arte de pobretear

Actualizado: 29 ene 2021



¿Cuántas veces te has referido a otras personas o a ti mismo como “pobre”? No me refiero a carencia de bienes materiales, sino al típico: “pobre Fulanita, se acaba de divorciar” o “pobre Sultanito, no tiene trabajo” o “pobre Chuchita, no tiene novio”, etc…

El arte del pobreteo es muy común en nuestra cultura latina, yo misma me doy cuenta de que muchas veces uso esa expresión cuando me están contando algún infortunio ajeno “AY, POBRE”.

Una de mis amigas más cercanas, se molestaba mucho cada vez que alguien usaba la “palabra mágica” y nos decía: ¡no lo pobretees! Yo no entendía por qué su enojo, para mí era una forma de ser empática, de entender la desgracia. Sin embargo, con los años y las experiencias, he ido aprendiendo el peso que puede tener el pensar así de uno mismo o de alguien más.

Se llama VICTIMISMO. Algunos de nosotros tenemos más claro lo que implica sentir que somos víctimas de la vida y las circunstancias, pero con frecuencia olvidamos por completo los efectos que tiene el ver como víctimas a otras personas.

Cuando yo “pobreteo” a alguien, estoy implícitamente mandando varios mensajes, que se traducirán en mi forma de interactuar con ellos:

1. Estoy diciendo que esa persona no tiene el control de lo que le sucede, y por lo tanto sugiero que no es capaz de valerse por sí misma.

Esto es peligroso, ya que nos puede llevar a una actitud de seudo altruismo, que no es más que lástima. No tiene nada de malo ayudar al otro, pero hay que tener mucho cuidado de dónde viene ese impulso de ayudar.

Por ejemplo: una mamá que dice “pobre mi niño, le cuestan las matemáticas, le voy a hacer la tarea”, está mandando el mensaje a su hijo de que él no es capaz de resolver problemas por sí mismo yaprenderá a depender de otros, sin mencionar que probablemente se sentirá incapaz e inseguro en eso y otros aspectos de su vida.

2. Estoy diciéndome a mí mismo que cualquier acción dañina que el otro “pobre” tenga hacia mi o hacia otros, es justificable, porque, nuevamente esa persona es víctima de las circunstancias. Cuántas veces no hemos escuchado “pobre Juanita, es que te trata mal porque se le murió su papá”. Nuevamente, no digo que esté mal ser empático y entender de dónde viene el otro, para ser compasivo. La cosa es que en ocasiones, nos encontramos con situaciones en las que justificamos el abuso victimizando al otro y después convirtiéndonos nosotros en víctimas de la situación que permitimos desde un principio.

Por ejemplo: Permito que mi amiga me trate mal cuando está molesta porque “pobrecita”, está triste porque cortó con el novio. Con el tiempo, después de permitir el abuso, me siento cada vez más molesta con mi amiga y me vuelvo la victima de sus malos tratos. El rencor crece hasta que exploto y decido terminar abruptamente la amistad.

3. Nos decimos a nosotros mismos que no tenemos control sobre lo que pasa fuera de nosotros y cedemos el timón a otras personas u acontecimientos.

Por ejemplo: Pienso que “pobrecita de mí”, no puedo tener un buen trabajo porque mis jefes nunca me entienden. En lugar de analizar mi historia laboral y observar en qué tipos de trabajo funciono mejor y qué errores puedo estar cometiendo o en dónde puedo desarrollar al máximo mi potencial, limito mi experiencia laboral a la opinión de otros, no me responsabilizo por mis acciones y al hacer eso me estoy diciendo a mí misma que no soy capaz de resolverlo, porque no depende de mí.

Como puedes ver, en estas tres situaciones, no le estamos haciendo bien a nadie pobreteando. Al contrario, nos limitamos y limitamos nuestra experiencia con el otro. Cuando nos vemos a nosotros con los lentes del pobreteo, estamos reduciendo nuestro potencial a un factor que al estar fuera de nosotros, se escapa de nuestro poder. Al ver al otro con los lentes del pobreteo, estamos reduciendo su historia y le estamos mandando el mensaje de que su potencial es limitado.

La próxima vez que pase por tu mente pobretearte o pobretear a alguien más, observa de dónde viene ese impulso, ¿viene del amor puro y la compasión o viene de la lástima y la culpa?

Observa qué consecuencias ha tenido en tu vida y en tus relaciones ser un “pobreteador”. Intenta cambiar la palabra por otra que venga más de la verdadera empatía… ¿Cuál se te ocurre? Deja tus sugerencias en los comentarios, para que juntos empecemos a transformar nuestro lenguaje y nuestra realidad.

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